El ala radical del Episcopado Mexicano en la Cristiada.
En 1926 el Episcopado Mexicano se componía
de 33 prelados que formaban la elite eclesiástica del país. Fueron ellos
quienes decidieron el 31 de julio de 1926 suspender el culto público como
respuesta a la entrada en vigor de la Ley Calles que aplicaba los artículos
anticlericales de la Constitución de 1917. En septiembre las Cámaras Legislativas
rechazaron su solicitud de reformar y derogar dichas leyes constitucionales, fue
entonces cuando el Episcopado Mexicano se dividió en dos. Una ala negociadora
buscaría la solución del conflicto con la elite política del país; la otra
corriente, el ala radical, tendría como objetivos fomentar una resistencia
armada que derrocara al gobierno legalmente constituido de Plutarco Elías
Calles.
Aquí
nos ocuparemos de este último grupo de Obispos y Arzobispos afines al conflicto
armado, que lo apoyaron, buscaron recursos para mantenerlo e incluso buscaron
afanosamente la bendición papal de Pío XI. Los prelados con mayor actividad
bélica durante la Cristiada (1926-1929) fueron José de Jesús Manríquez y Zárate
Obispo de Huejutla, José María González y Valencia Arzobispo de Durango,
Leopoldo Lara y Torres Obispo de Tacámbaro y Francisco Orozco y Jiménez
Arzobispo de Guadalajara, principalmente.
José de Jesús Manríquez y Zárate. |
El
largo mensaje del Obispo de Huejutla está segmentado en varias partes. En la
primera se refiere a la situación que vive México. José de Jesús Manríquez y
Zárate asegura “México se hunde, ¡Oh pueblos civilizados del orbe! ¡México se
hunde, y quizá para siempre, en los negros abismos de la infidelidad y la
barbarie”. Esta visión tan extremista del prelado se debía según él a la
persecución religiosa que se da en México “su religión ha sido proscrita, sus
sacerdotes han sido expulsados del seno de su patria o vilmente asesinados por
la insaciable clerofobia de los nuevos Nerones, sus templos han sido
profanados, violadas sus vírgenes y prostituidos sus jóvenes”. Posiblemente
Manríquez y Zárate tuviera razón en que sacerdotes habían sido expulsados, él
entre ellos, y otros fusilados; que el gobierno callista era clerofóbico y que
algunos de los templos católicos fueron saqueados y hasta destruidos por el
ejército federal. En lo que se equivocaba, o mentía para ser claros, es que la
religión ha sido proscrita en México; no, sólo había un intento de Plutarco
Elías Calles por someterla al Estado. Lo que no explicaba el Obispo de Huejutla
era a qué se refería cuando hablaba de “vírgenes violadas y jóvenes
prostituidos”. Pero se entiende que es parte de su retórica para pintar un
estado dantesco del país durante la Guerra Cristera y con eso obtener
partidarios que se unieran a la causa de la Iglesia en México.
Sigue
Manríquez y Zárate “de no cambiar súbitamente el curso de los acontecimientos, México será
sustraído por completo de la civilización occidental y girará en torno de la
barbarie comunista; esto es: perderá la fe de sus padres que es el más rico
tesoro que ahora poseemos y retrogradará a las tinieblas del viejo paganismo”.
En lo único que acierta el Obispo de Huejutla es que desde 1917 la Revolución
Rusa y la propagación de la misma en otros Estados es un genuino y auténtico
temor de las naciones capitalistas de occidente, por eso a ese punto dirige el
chantaje de su mensaje
Para terminar con el
Obispo de Huejutla su Mensaje al Mundo Civilizado se convierte en su parte
final en un “Llamamiento al Mundo Occidental para intervenir en México”. Dicho
en otras palabras más claras, José de Jesús Manríquez y Zárate, pide a las
potencias mundiales de ese momento derrocar a Calles cuando se hace las
siguientes preguntas “¿Cómo explicar, pues, la actitud pasiva, por no decir complaciente,
de los Estados Unidos y de los demás pueblos de Occidente, frente a los excesos
del callismo? ¿Cómo concordar con sus tradiciones libertarias su actitud
medrosa y expectante ante una tiranía incalificable que ha conculcado los
derechos más sagrados de su pueblo junto con los derechos más sagrados de la
humanidad? ¿En dónde está aquella caballerosidad de España para vengar los
agravios hechos, no a una dama cualquiera, sino a la Iglesia Católica, su
Madre, y a la Nación Mexicana, su hija predilecta? ¿En dónde está aquella
bizarría de los franceses para sostener en todas partes el imperio de la
Justicia y del Derecho de Gentes? ¿En dónde aquella grandeza y heroísmo de
Inglaterra para defender en todas partes, aún en las apartadas regiones, los fueros
de la libertad? ¿En dónde, finalmente, aquel horror innato a la esclavitud que
tanto blasonan los Estados Unidos de Norteamérica, y que les ha movido a
prestar auxilio a Armenia, a Irlanda y a los pueblos de otros continentes en
idénticas circunstancias, cuando a un paso de distancia encuentran a un pueblo
herido de muerte por la tiranía y la revolcándose angustiosamente en un charco
de sangre? ¿No seremos, por ventura, dignos los mexicanos de la atención del
mundo civilizado cuando, en los estertores de la muerte, dirigimos nuestras
miradas suplicantes y nuestros descarnados brazos hacia los pueblos que pueden
y deben ayudarnos?”.
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José María González y Valencia. |
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Leopoldo Lara y Torres. |
Igualmente, Leopoldo
Lara y Torres, desde antes de que el conflicto religioso estalle el último día
de julio de 1926 con la promulgación de la Ley Calles y la suspensión del culto
público, ya habla de sangre. Escribe un Memorial el 16 de marzo de 1926 donde
por supuesto defiende las declaraciones en febrero de José Mora y del Río
contra la Constitución de 1917 y desde luego ataca al Gobierno de Plutarco
Elías Calles. Empero, lo más significativo es que amenaza al Estado cuando
escribe “Protesta que estamos dispuestos a sellar con nuestra sangre”.
Las cosas no quedaron
ahí, diez días después de su Memorial, el 26 de marzo de 1926 el mismo Leopoldo
Lara y Torres escribió en Tacámbaro una Instrucción Pastoral . En esa ocasión
dirigida “al clero secular y a todos los fieles de nuestra Diócesis” a los
cuales les aseguraba que existía una persecución religiosa en el país, para
luego volver a intentar justificar su postura ante la promulgación de la Ley
Calles. Mencionaba que los católicos no les era lícito obedecer a los hombres
más que a Dios “tal y como nos enseñaron los Apóstoles ante las primeras
persecuciones que comenzaron a sufrir en Judea”, e insistía “no, y mil veces
no”. Más adelante expresa “Aunque nos cueste la cárcel, el destierro o la
pérdida de la vida”, refiriéndose a obedecer las leyes. Sobre un posible
destierro al cual serían merecedores por hacer caso omiso a las disposiciones
de la Ley Calles, el Obispo de Tacámbaro aseguraba: “¿Se nos amenaza con el
destierro? Nuestra patria no está aquí; dondequiera estamos desterrados en este
suelo y dondequiera podemos trabajar por Dios para llegar a la verdadera patria
del cielo”. Incluso, al Obispo de Tacámbaro no le preocupaba la muerte pues en
su Instrucción Pastoral se volvía a hacer otra pregunta “¿Se nos amenaza con la
muerte?” y él mismo se contestaba “se nos abriría (con la muerte) el camino
para llegar al reino de la verdadera libertad y se nos ahorrará el pesar y la
vergüenza de ver a México convertido en un pueblo de parias y esclavos”.
Remataba con el mismo tono retador “Mil veces más morir que encontrarnos en
esta triste situación”.
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Francisco Orozco y Jiménez. |
Francisco
Orozco y Jiménez siempre negó ante todo mundo, no sólo ante sus “hermanos”
Obispos y Arzobispos, que tuvo participación en la Guerra Cristera, lo cual es
una falacia pues hay extensa historiografía que demuestra su activismo pleno en
el conflicto religioso. Pero él se dedicó en los meses finales de 1927 y
principios de 1928 a mandar cartas a Pascual Díaz Barreto tratándolo de
convencer que no apoyaba a los cristeros. Sin embargo, el Obispo de Tabasco, ya
para ese entonces Intermediario Oficial del Vaticano, supo que el Arzobispo de
Guadalajara había sido visto junto con el Jefe del Ejército Cristero el general
Gorostieta.
Al
final, este grupo de prelados radicales perdieron la batalla ente los más
conservadores. Los Arreglos de 1929 entre la Iglesia y el Estado contemplaban
el no regreso a México de los obispos intransigentes. Mientras que los
negociadores ocuparon luego de la Guerra Cristera puestos más elevados en la
elite eclesiástica: Pascual Díaz se volvió Arzobispo de México y Leopoldo Ruíz y Flores Delegado Apostólico del Vaticano en México.
NOTA: Esta fue la ponencia presentada en el Congreso de Historia y Sociedades: Disidencias, Autonomías y Revoluciones, que organizó la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), fue expuesta el 4 de noviembre de 2014 en el Plantel San Lorenzo Tezonco de la UACM.
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