Eduardo I, el Papa mexicano.
Desde la última parte del siglo XX se
hicieron habituales en México las visitas del Obispo de Roma. En 1979 Juan
Pablo II realizó la primera de sus cinco que haría a nuestro país; su sucesor,
Benedicto XVI, visitó en 2012 el centro neurológico del cristianismo mexicano:
el estado de Guanajuato. El actual líder mundial de la Iglesia católica, el Papa Francisco, está invitado a venir a suelo mexicano.
Sin
embargo, no siempre fue así. De hecho, se equivocaba Carol Wojtyla cuando decía
“México, siempre fiel”. Por lo menos no al Vaticano. La historiadora Alicia
Olivera Sedano asegura que en 1822, en plena guerra de Independencia, se buscó
hacer una Iglesia Nacional Mexicana, alejada del poder de Roma. La misma autora
sostiene que Benito Juárez pretendió a mediados del siglo XIX financiar una
Iglesia Mexicana. Misma tentación que tuvo Venustiano Carranza tras el triunfo
constitucionalista en 1917.
Sin
embargo, el intento más palpable para otorgar al país de una Iglesia propia
desvinculada del Vaticano fue en 1925, durante la presidencia del general
Plutarco Elías Calles. La Iglesia Católica Apostólica Mexicana obtuvo registro
legal, tuvo templos propios, un Patriarca. Pero lo más fantástico es que eligió
el 12 de diciembre de 1933 en Puebla a un Papa mexicano: Eduardo I.
Eduardo I Foto: Archivo General de la Nacion |
El
21 de febrero de 1925 un grupo de personas irrumpieron por la noche en el
templo de La Soledad de la Ciudad de México. Exigían la entrega del recinto
para la Iglesia Católica Apostólica Mexicana (ICAM), lo hicieron por la fuerza
con el apoyo de un grupo de choque de la Confederación Regional Obrera
Mexicana, la poderosa CROM del no menos poderoso Luis N. Morones. Con ellos
venía el sacerdote español Manuel L. Monge y el padre Joaquín Pérez. Todo esto,
desde luego, del conocimiento del presidente Elías Calles. Pero la apropiación
no sería cosa fácil.
Al
siguiente domingo, el día 23, cuando el padre Monge se disponía a oficiar misa
dominical, varios católicos lo impidieron. Gendarmes y bomberos tuvieron que
intervenir en el zafarrancho que se armó fuera de La Soledad. El templo fue
clausurado y el presidente, alegando que la Constitución contemplaba la
libertad religiosa, le otorgó a la ICAM el templo de Corpus Cristi. Según Jean
Meyer gracias al apoyo del gobierno callista la Iglesia Mexicana, desligada por
completo de Roma, tuvo templos en Puebla, Tabasco, Veracruz y Oaxaca.
El padre Joaquín Pérez
fue declarado Patriarca de la Iglesia Católica Apostólica Mexicana el 17 de
octubre de 1926, en pleno inicio de la Guerra Cristera entre el Estado y la
Iglesia católica fiel al papa Pío XI. Pérez había nacido en 1851 en Huajapan de León,
estudió comercio, pero en 1872 se convirtió en soldado; a sus 21 años se casó
pero la repentina muerte de su esposa lo llevó al sacerdocio. Según Arnulfo
Hurtado el padre Joaquín Pérez era masónico y desde siempre fue amigo de Luis
N. Morones e incluso del presidente Calles. Por eso, en 1925 aceptó ponerse al
frente del grupo cismático que se apoderó del templo católico de La Soledad.
Murió en 1933 y coinciden los historiadores, laicos y católicos, que lo hizo
arrepentido por haberse alejado de la Iglesia católica.
El Papa mexicano en la iglesia de San Antonio Portezuelo, Puebla. Foto: Archivo General de la Nación. |
El Patriarca Joaquín
Pérez estuvo al frente de la Iglesia Católica Apostólica Mexicana de 1926 a
1933. En esos siete años un miembro cercano a él fue escalando posiciones en la
ICAM. Su nombre José Eduardo Dávila. Tenía una ambición insaciable de poder que
en poco tiempo lo hizo pasar de sacerdote a Papa; ni más ni menos. En uno de
los hechos más inverosímiles de la historia de México.
José Eduardo Dávila
nació en la capital de la República en la calle de Belisario Domínguez número
15, aunque no se sabe si en 1908 0 1909. Estudió en el Seminario Conciliar de
México y según él mismo, se graduó de sacerdote a los 18 años. Dato que refuta
Arnulfo Hurtado al sostener que la edad mínima para ordenarse es a los 24 años
de acuerdo al Código de Derecho Canónico. Sin embargo, Dávila, al igual que el
padre Pérez, era masónico y pertenecía al Rito Nacional Mexicano.
En 1926 se hizo
sacerdote en Puebla, uno de los estados donde la Iglesia Católica Apostólica
Mexicana tuvo mayor fuerza y arraigo. Ahí permaneció hasta que Joaquín Pérez,
ya convertido en Patriarca de la ICAM, lo llamó como corista en el templo de
Corpus Cristi que les otorgó el presidente Calles en la Ciudad de México. Eso
fue en 1928. Dos años después el corista fue nombrado presbítero y en 1931
encargado de dicho templo.
Emblema de la Iglesia Católica Apostólica Mexicana en un documento del Archivo General de la Nación |
A la muerte del
Patriarca Joaquín Pérez, José Eduardo Dávila fue nombrado como el nuevo patriarca
de la Iglesia Católica Apostólica Mexicana. Se fue de gira pastoral al estado
de Tamaulipas para ampliar las zonas de influencia de la ICAM. Su ausencia se
prolongó más de lo debido, según Arnulfo Hurtado fue por cuestiones
climatológicas de mucha lluvia en dicha entidad. Mientras tanto en la IACM lo
dieron por muerto y nombraron a otro patriarca: Vicente Liñan.
Cuando reapareció
Dávila se convocó a otro conclave, donde se destituyó a Liñan y José Eduardo
Dávila fue nombrado Cardenal. Pero la cosa no quedó ahí, ya que se encontraba
reunida la alta jerarquía eclesiástica de la Iglesia Mexicana, se decidió que
debían nombrar a su nuevo cardenal como Papa. Los cismáticos exclamaron:
Habemus pontificem…electus est pontifex maximus Eduardus Dávila qui assumit
nomen Eduardus Primus. Así surgió el Papa mexicano.
La firma de José Eduardo Dávila en un documento donde solicitaba un templo. Documento del Archivo General de la Nación. |
Su “pontificado” hasta
ahora ha sido poco estudiado. No pasa de ser una anécdota para los
historiadores, un mero disparate. Mario Ramírez Rancaño sostiene que Eduardo I
en 1938 era acusado de explotar indígenas al norte de Puebla y de organizar
bandas de adolescentes en la Ciudad de México para robar en iglesias y llevarse
ornamenta religiosa a Puebla. Para 1952 José Eduardo Dávila estaba en Veracruz
buscando construir una capilla en Ixhuatlán. Hay algunas entrevistas en diarios
capitalinos donde al parecer ya no se nombraba Papa, sino Arzobispo Primado de
México. En fin, que aún falta mucho por escribir sobre este capítulo tan sui
géneris de la historia de México.
FUENTES CONSULTADAS:
Hurtado, Arnulfo. El Cisma Mexicano. Buena Prensa. México, 1952.
Meyer, Jean. La Cristiada. Tomo 2.- El conflicto religioso entre la Iglesia y el
Estado 1926-1929. Siglo XXI. México, 2012.
Ramírez Rancaño, Mario. El Patriarca Pérez. UNAM, México, 2006.
Ramírez Rancaño, Mario. El Patriarca Pérez. UNAM, México, 2006.
Olivera Sedano, Alicia. Aspectos del Conflicto Religioso de
1926-1929. Sus antecedentes y sus consecuencias. Secretaría de Educación
Pública. México, 1987.
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