El fusilamiento de Miguel Agustín Pro Juárez
Por: Víctor Miguel Villanueva
@VictorMiguelV
A las 10:30 de la mañana el primero de los
cuatro condenados a muerte ese 23 de noviembre de 1927 caminaba con paso firme
y seguro. Con el convencimiento total de quien se dirige a su destino: la
muerte; pero no cualquier muerte, sino a la “ofrecida” a Cristo para “salvar” a su
Iglesia y así ingresar a la santidad. Por eso el padre Miguel Agustín Pro
Juárez ni siquiera se percató de la presencia del general Roberto Cruz que lo
observaba mientras caminaba al paredón de la Inspección de Policía donde sería
fusilado.
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El beato Pro, al momento de ser fusilado. |
El
padre Pro, según cuenta Mario Ramírez Rancaño, había revelado públicamente sus
aspiraciones de santidad en el convento que administraba Concepción Acevedo de
la Llata, la madre Conchita. A un grupo de monjas ahí reunidas les había dicho
que rezaran para que él fuera santo y una vez que se cumpliera eso, él rezaría
para llevarlas al cielo. El padre Pro y la madre Conchita se conocieron en febrero
de 1927 y según la abadesa, en esa primera ocasión, no distinguió en él ningún
rasgo de santidad: “No me causó ninguna impresión especial. Reconocí que era un
sacerdote que luchaba por la gloria de Dios, por la salvación de las almas, y
que no tenía miedo a la cárcel ni a la muerte; pero como esto para nosotras era
tan natural, no le hice el menor aprecio”.
Sin
embargo, Miguel Agustín Pro y Concepción Acevedo tenían algo en común: su
disposición para el sacrificio, para el martirio, como forma de alcanzar la
santidad. Además, claro está, que ambos formaban parte del grupo que conspiraba
para asesinar al general Álvaro Obregón. Luego de varios intentos fallidos para
conseguir el magnicidio, el sacerdote en un confesionario le dijo a la monja: ¡Mire hija, usted y yo nos vamos a ofrecer como victimas a la Justicia Divina,
por la salvación de la fe en México, por la paz de la Iglesia y por la
conversión de los perseguidores de ella!". Es más, el 23 de septiembre luego de
oficiar una misa, el padre Pro le confesó a la madre Conchita que escuchó una
voz que le dijo: “el sacrificio está aceptado”.
El
14 de noviembre de 1927 tres bombas fueron arrojadas al auto donde circulaba el
candidato a la presidencia Álvaro Obregón. La policía aprehendió al autor
intelectual, el ingeniero Luis Segura Vilchis, y a tres de sus cómplices entre
los que estaban el padre Miguel Pro y su hermano Humberto. Todos confesaron su
culpabilidad en el atentado y según el general Cruz “la superioridad ordenó su
fusilamiento”. Para el padre Pro era alcanzar lo que siempre había anhelado.
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Miguel Agustín Pro Juárez. |
Quizá por eso, pasó la
noche previa a su muerte completamente en calma y sin quejarse, así lo informó
un custodio al reportero de Excélsior y agregó que durmió por un “espacio de
seis a siete” horas. A las siete de la mañana del 23 de noviembre de 1927 fue
informado que sería fusilado. Al mismo tiempo la Policía Montada comenzó a
concentrarse a las afueras de la Inspección de Policía en Avenida Palacio
Legislativo. El aumento de tropa en el lugar hizo que gente que pasaba por ahí se detuviera a ver qué sucedía y a preguntar por el intenso movimiento. No
pasó mucho tiempo para que se corriera la voz que serían fusilados los autores
del atentado contra Obregón. Aumentó tanto el número de gente que se acercó al edificio policiaco que
“casi detienen el tráfico en Plaza de la Reforma”. Se tuvo que montar una valla
policiaca.
A las 9:20 ingresó el
general Roberto Cruz, el encargado de cumplir la orden del presidente
Plutarco Elías Calles: fusilar a todos, sin reparar en que al padre Pro los
católicos ya lo veían como un santo. Cosa que el general Cruz no creía como se
lo contó al periodista Julio Scherer García en una entrevista en 1961:
¿Vislumbró en algún instante al santo en
el padre Pro?
- Yo no creo en eso
¿Vio usted en Pro a un hombre mejor que
los demás?
- Vi en él a un hombre como todos. Y si en
las ejecuciones debiera creer en uno, si entre los tres hubo un santos, ése fue
el ingeniero Segura Vilchis. Más hombre que Pro y tan culpable como el curita
en el atentado dinamitero. A ese sí sentí que lo hubiera “tronado”.
Cruz
salió al lugar de las ejecuciones a las 10:18 de la mañana acompañado del
Secretario General de Inspección Benito Guerra Leal; el teniente Salvador
Galindo, Oficial Mayor; y el Jefe de las
Comisiones de Seguridad José Mascorro. Los pelotones de fusilamiento, cada uno
con cinco integrantes, ya estaban en el Stand de Tiro de la Inspección de
Policía. Afuera seguía llegando más gente. Incluso, la hermana de los hermanos
Pro, María, se esforzaba en vano para poder ingresar y ver a Miguel Agustín y a
Humberto por última vez. También una monja supo del fusilamiento y corrió a
avisarle a la madre Conchita.
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Cumpliendo su última voluntad: rezar. |
Eran
las 10:30 de la mañana cuando José Mascorro fue por el primer prisionero a ser fusilado:
el padre Pro. Vestía de traje negro, un suéter de lana, sin
sombrero; en una mano llevaba un rosario, tenía una mirada baja, murmuraba
algunas oraciones y “pasaba por su rostro una fuerte emoción”. El teniente
Torres se acercó a preguntarle su última voluntad, el padre Pro, según la
crónica de El Universal, pidió “que lo dejaran rezar”. Se le concedió y se
hincó. Después se puso de pie.
Se
escuchó la voz ronca del teniente Torres: ¡Preparen! Miguel Agustín Pro Juárez
abrió los brazos en forma de crucifijo; ¡Apunten! y a las 10:38 Torres bajó su
espada con fuerza. Se escucharon cinco detonaciones. Todos los tiradores dieron
en el blanco. Luego vino el tiro de gracia en la sien. Había terminado la vida
de uno de los miembros eclesiásticos más activos en las conspiraciones para
asesinar al general Álvaro Obregón.
El
cadáver del padre Pro y los otros tres fusilados salieron de la Inspección de
Policía al Hospital Militar en ambulancias de la Cruz Verde. Se tuvo que
improvisar una escolta de motocicletas mientras los restos del sacerdote y sus
cómplices circulaban por Avenida Juárez, Balderas y Arcos de Belén. Por la
tarde llegó al nosocomio Miguel Pro, padre de Miguel Agustín, un anciano de 80
años acompañado de su hija María y “por algunas damas”. En éstas últimas estaba
Concepción Acevedo de la Llata, que contó en sus memorias cómo reconoció el
cadáver de su compañero: “Tenía la barba poco crecida. Y el tiro de gracia
habíale ensombrecido un poco más su cara con el fogonazo. La sangre escurría
por su rostro, dándole la apariencia de
un crucifijo. Nos acercamos al cuerpo aún caliente y empapamos nuestros
pañuelos en su sangre”.
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El padre Pro es fusilado en la Inspección de Policía. |
Pero no sólo eso, la
madre Conchita cuenta que “Pegué mis labios a su oído y musité: No se olvide
del compromiso”. Desde luego, le “recordaba” al padre Pro la promesa de que
una vez que él muriera, se fuera al cielo y se convirtiera en santo, rezaría
por la monja. La cierto es que
Concepción Acevedo de la Llata fue condenada a prisión por ser la autora intelectual
del asesinato de Álvaro Obregón el 17 de julio de 1928, fue declarada loca por
el Clero mexicano, fue excomulgada, se casó en las Islas Marías y recibió el
indulto en 1940.
Mientras que Miguel
Agustín Pro Juárez fue beatificado en 1986 por el papa Juan Pablo II, está
“camino a los altares” tan pronto se pueda documentar y testificar un milagro
que haya hecho. Comúnmente se piden dos, pero como el padre Pro ya “entregó” su
vida a la causa de Cristo, la Iglesia considera que eso ya es un milagro.
Fuentes:
Acevedo de la Llata, Concepción. Yo, la Madre Conchita. Editorial Contenido. México 1974.
Ramírez Rancaño, Mario. El
Asesinato de Álvaro obregón; la conspiración y la madre Conchita. UNAM,
México 2014.
Scherer García, Julio. El
indio que mató al padre Pro. Editorial Debolsillo. México 2013.
El Universal y Excélsior del día 24
de noviembre de 1927.
Pocas veces he leído una supuesta narración de los hechos tan tendenciosa, con una total falta de objetividad. ¡Vergüenza de narrador!
ResponderEliminarAsí es, solo queda orar por estas personas que mal informan, que se arrepientan y que Dios sea misericordioso con ellos y todos nosotros
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