Mis abuelos y la Revolución



Varias veces mi madre decía que su padre había sido carrancista. Nunca especificó si combatiente o partidario; como tampoco lo hizo si fue cuando el Barón de Cuatro Ciénegas era Jefe del Ejercito Constitucionalista o cuando fue Presidente de la República. En honor a la verdad, yo tampoco se lo pregunté. Pero si lo anterior es poca información, con los otros tres de mis abuelos es prácticamente nula. Sé que mi abuelo paterno fue policía en la Ciudad de México y que mis dos abuelas fueron, de acuerdo a los tiempos, amas de casa: vivieron para atender a sus esposos y cuidar a sus hijos.

Sin embargo, Carmen Enríquez, María Leyva, Miguel Villanueva y Rodolfo Hernández tienen algo que me llama la atención y nutre mi imaginación. Todo a partir de unas preguntas ¿Cómo se llegaron a conocer si cada uno de ellos venía de un sitio diferente de la provincia mexicana? ¿Qué motivación los trajo a la Ciudad de México? ¿Por qué abandonaron sus lugares de origen? Estas preguntas me hice por muchos años, pero me las hice solo. Mi madre rara vez platicaba de eso, quizá también era un misterio para ella. Mi padre era demasiado hermético para hablar de su familia, no le gustaba hacerlo. Pero es hasta hoy que se me ocurre buscar la respuesta en los procesos históricos en que vivieron: del Porfiriato al Milagro Mexicano.
Carmen, María, Miguel y Rodolfo nacieron al inicio del siglo XX, un par de años menos, un par de años más, pero lo hicieron en pleno esplendor del régimen del general Porfirio Díaz Mori. Cuando la modernización porfiriana era una absoluta realidad: las haciendas como el núcleo de la economía nacional y de la injusticia social; los ferrocarriles eran la cara de esta modernidad, la integración al progreso y el orgullo del anciano presidente; aumentaban las inversiones extranjeras en el país para explotación de los recursos naturales; también eran los tiempos de un incipiente abandono del campo para migrar a las ciudades, que cada vez crecían más como producto del intenso comercio interno. Ese era el país en que nacieron mis abuelos. Con 13 millones de personas en 1900 (1).

La Revolución los sorprendió muy jóvenes como para participar. Sí Rodolfo Hernández Cortés fue carrancista debió ser un adolescente cuando Venustiano Carranza desconoció al usurpador Victoriano Huerta (1913). Aunque no improbable; empero había que preguntarse si la revolución constitucionalista que levantó Carranza tuvo un impacto nacional como para llegar desde Coahuila hasta Oaxaca, lugar donde nació mi abuelo materno. Tampoco es improbable que así haya sido.
Sí H. Cortés, como él mismo se autonombraba, era oaxaqueño, de Magdalena Yodocono para ser exactos y de donde eran los abuelos maternos de Porfirio Díaz; Miguel Villanueva había nacido en Jiquilpan, Michoacán, en el mismo lugar de Tata Cárdenas. Carmen Enríquez era originaria de Ocoyoacac, Estado de México; finalmente, María Leyva nació en Chilpancingo, Guerrero. ¿Cómo migraron a la Ciudad de México y por qué lo hicieron? Si lo hubieran hecho durante el Porfiriato la respuesta es lógica: fueron parte de ese naciente paso del campo a la ciudad; seguro fueron de esa gente de provincia que abandonaba sus lugares de origen por una mejor vida en la capital del país.
Jiquilpan en 1900 tenía 8 mil habitantes; Chilpancingo 7 mil personas; la población de la ciudad de Oaxaca era de 35 mil, pero no existe registro de Magdalena Yodocono en el censo efectuado en 1900; lo mismo ocurre para Ocoyoacac que tampoco tiene datos, pero la capital del Estado de México tenía 101 mil habitantes, lo cual señala que se trataba de dos poblados minúsculos al inicio del siglo XX. Estos lugares de origen de mis abuelos ofrecían, a ellos y al resto de los lugareños, paupérrimas condiciones para lograr ascenso social. Desconocemos los oficios o las profesiones de sus padres, salvo que Esther Hernández, madre de mi abuela, tenía un puesto de zapatos. De los demás ignoramos su ocupación. Aunque desde luego pertenecieron a las clases sociales menos favorecidas del país. Sin embargo, no fue el Porfiriato y su intensa movilidad económica los que los hizo emigrar a la Ciudad de México, ni lo hicieron durante la Revolución.
Fue hasta después del triunfo sonorense en la Revolución que estos cuatro personajes llegaron a la Ciudad de México, es decir, una vez terminada la trifulca armada y que el gobierno del general Álvaro Obregón ofrecía una relativa estabilidad política y social. Lo anterior lo sabemos puesto que sus hijos nacieron en el Distrito Federal y en la década de los veinte. Mi padre, fue el cuarto hijo de Carmen Enríquez y Miguel Villanueva nació en Tacubaya el 13 de enero de 1926.  Mientras que mi madre fue la segunda hija de María Leyva y Rodolfo Hernández, nació en San Pedro de los Pinos el 14 de junio de 1928. Es todavía más de llamar la atención que estos cuatro migrantes  hayan coincidido en instalarse en Tacubaya y San Pedro de los Pinos -colonias vecinas-. De hecho, ambas familias se conocían.

Como decía al principio Miguel Villanueva fue policía, incluso existe una foto que lo muestra con su uniforme, durante el Cardenismo (1934-1940). No hay que olvidar que mi abuelo y el general Cárdenas del Río eran paisanos, ambos nacieron en Jiquilpan, lo cual seguramente le hacía tener una infinita admiración por el presidente, que le transmitió a mi padre –en ese entonces todavía un niño-. También fue velador de un panteón y solía llevar a mi padre a ese lugar y hasta gustaba de contarle historias de ese sitio. Por su parte, Rodolfo Hernández Cortés, al parecer tuvo varias profesiones, incluida también la de policía y la de empleado federal, incluso militar. Disfrutaba de leer los periódicos y aborrecía los espectáculos como el futbol o los toros. Mientras que Carmen Enríquez y María Leyva únicamente se dedicaron a su hogar. La primera tiene fama de haber sido una mujer enérgica y la segunda todo lo contrario, incluso las fotografías que existen de ella delatan ese carácter.
No sabemos las motivaciones que los condujeron a la Ciudad de México pero sí que se instalaron para siempre aquí. María Leyva acudía relativamente con frecuencia a Chilpancingo e Iguala donde tenía su familia de origen, pero el desapego a la vida de provincia fue definitivo. Los cuatro se adaptaron  perfectamente a su vida citadina donde vivieron las décadas de los treinta, cuarenta y cincuenta sin grandes dificultades.

Vivieron el Cardenismo, la Segunda Guerra Mundial y, así como nacieron el modernización del Porfiriato, murieron en pleno Milagro Mexicano. Cuando la economía nacional parecía recuperarse luego de los estragos de la Revolución. Pero antes fueron testigos de un nuevo crecimiento de las ciudades, de otro nuevo abandono del campo, de cómo la Ciudad de México se embellecía y tenía una intensa vida nocturna. Incluso María Leyva y Rodolfo Hernández se dejaron tomar una fotografía al salir de un lujoso cine de la capital. Porque jamás rehuyeron a los cambios, se adaptaron y los disfrutaron. Vivieron el tiempo que les tocó con intensidad. Posiblemente nunca se arrepintieron de haber abandonado su terruño natal.

Sus hijos nacieron en la capital de la República. En ese barrio de Tacubaya de longeva historia que se remonta hasta la época del Imperio Azteca. Ahí crecieron, recibieron la educación socialista del Cardenismo, experimentaron el “apagón” cuando la Segunda Guerra Mundial y la transformación de la Ciudad de México por el Alemanismo. Así algunos de sus hijos alcanzaron niveles de vida y de preparación académica que quizá nunca imaginaron cuando dejaron sus lujares de origen, como fueron los casos de Victoria Villanueva Enríquez y Rodolfo Hernández Leyva, respectivamente.
Sus demás hijos formaron familias estables, económica y emocionalmente, que permitieron a los nietos de Carmen Enríquez, María Leyva, Rodolfo Hernández y Miguel Villanueva gozaran el México que sus abuelos les tocó vivir y por supuesto construir. Dejaron un perenne ejemplo de emprendedores, de aventureros, de valentía para ir en busca de un destino. De ese destino que los sacó de Ocoyoacac, Chilpancingo, Oaxaca y Jiquilpan para instalarlos en Tacubaya, Distrito Federal, y crear un legado que hoy reconocemos con admiración sus nietos. Aunque siga siendo un misterio la causa que los llevó a hacerlo.


Nota:
1.- Estadísticas Sociales del Porfiriato 1877-1910. Editadas por la Secretaria de Economía en 1957.

Comentarios

  1. Fabuloso viaje en el tiempo. Creo que bien podríamos incluirte en el cultivo de eso que Luis González en su libro "Pueblo en vilo", presentó como "la microhistoria".

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