LA GRAN RECEPCIÓN Y EL BANQUETE “MONSTRUO” PARA EL GRAL. OBREGÓN
El rito de la adoración al “hombre fuerte”
de México es una costumbre bien añeja en la vida política del país. En el siglo XX con el priismo alcanzó sus
puntos máximos pues, al igual que la Revolución, se institucionalizó. Pero su
verdadero origen fue mucho antes de que se creara el PRI, vamos pues, ni
siquiera existía el Partido Nacional Revolucionario (PNR), aunque ya un
personaje se había apoderado de la Revolución Mexicana: Álvaro Obregón.
Como
muestra de lo anterior está el “Gran recibimiento” y el banquete “Monstruo"(1)
que se le organizó el 15 de julio de 1928 al general Álvaro Obregón en la Ciudad de México para recibirlo luego de ganar
las elecciones presidenciales del 1 de julio de 1928. Durante cuatro días se preparó
la gran recepción. La ciudad sería engalanada, las calles cerradas, un estadio
de futbol sería el escenario para tan magno evento, viajes desde el interior
del país en camiones y trenes para sumarse al festejo, comisiones de vigilancia
y de recibimiento, y una abundante comida para los simpatizantes.
Nada de todo esto era
suficiente para recibir al agricultor de Cajeme que no se unió a Francisco I. Madero
en 1910, pero que luego sí lo hizo con Venustiano Carranza, para derrocar al
usurpador Victoriano Huerta. Para ese militar que venció a Francisco Villa y su
poderosa y mítica División del Norte. Para aquel que perdiera un brazo en
batalla defendiendo el constitucionalismo, la legalidad. Para un hombre que
enfermo de poder se puso fuera de la ley para derrocar al presidente Carranza,
sólo porque éste no lo eligió para sucederlo. Para el mandatario de 1920 a 1924
que impuso a su compadre Plutarco Elías Calles, al cual, al más puro estilo de
Porfirio Díaz, le encargó que le cuidara la silla presidencial pues quería
regresar y quizás eternizarse en ella.
Por eso todo, era poca
cosa para aquel general que tan pronto se hizo oficial su victoria decidió
viajar a la Ciudad de México para ser aclamado en el centro político del país y
quizá para tomar formalmente del poder, un hombre como él difícilmente se
podría a esperar hasta el 1 de diciembre al cambio de poderes. ¿Para qué?
Seguramente se preguntó, se quitó sus vestimentas de “agricultor” y partió para
la estación del tren de Colonia en el Distrito Federal.
Desde el 11 de julio
comenzaron los preparativos para recibirlo. El general Tomás A. Robinson fue
designado para la organización. El primer calculo fue que 30 mil personas recibirían
al presidente electo. La logística era la siguiente: Obregón caminaría por las
calles de Sullivan, luego Paseo de la Reforma y finalmente por Avenida Juárez
hasta el número 101 donde se encontraba su cuartel general: el Centro Director
Obregonista. El Departamento de Tráfico ofreció cerrar las calles aledañas al
tráfico para que los simpatizantes del presidente electo caminaran sin
contratiempos.
En verdad que la
primera estimación era modesta. Pues
el general Robinson en un principio sólo
hablaba de 300 camiones para desplazar a campesinos y obreros de los pueblos
cercanos al Distrito Federal. Además de 50 trenes eléctricos que de los mismos
destinos se transportaran a simpatizantes que no fueran ni obreros ni campesinos.
Sólo había una advertencia: los manifestantes no tenían que llevar pancartas ni
cartelones, pues según el organizador se trataba únicamente de “hacer acto de
presencia en el momento de la llegada del Presidente Electo y después
acompañarlo al Centro Director Obregonista”.
Sin embargo, al
siguiente día, el 12 de julio, se sumaron a la fiesta de bienvenida los
simpatizantes del general Obregón de los estados de México, Morelos, Tlaxcala y
Puebla. Robinson aclaró que cada contingente pagaría su viaje y el Centro
Obregonista sólo “erogará insignificante suma de dinero”. Lo cierto es que ya
se hablaba de 70 mil personas, se había duplicado la suma inicial.
Otro problema se sumó
además del transporte: la comida. Pero el Centro Obregonista pensaba en todo y
el 13 de julio anunció que habría un banquete “Mónstruo” para 8 mil personas.
Luego la cifra aumentó a 10 mil. Para dicho evento se tuvo que recurrir al
Parque Asturias, que según las crónicas periodísticas, “bondadosamente ha sido cedido por la
confederación de Foot Ball”. El menú para los 10 mil invitados, en su mayoría
obreros y campesinos, sería sopa en jarritos de barro –consomé-, barbacoa y salsa
borracha. Para esto Luis Medina, regidor del pueblo de Mixcoac, sacrificó a 50
borregos, 500 chivos, 25 reses y 10 cerdos. Se consumieron 2 mil kilos de
tortillas, 16 mil piezas de pan, 700 kilos de pasta, mil kilos de frijol y 50
kilos de salsa borracha. El general Álvaro
Obregón no asistiría al evento, luego del mitin en el Centro Obregonista se
retiraría a su casa en Avenida Jalisco.
Pero
regresando a los días previos al gran recibimiento del presidente electo en la
Ciudad de México, las adhesiones no terminaban, todos querían estar ahí. La
Cámara Nacional de Comercio mandó un boletín a todos sus agremiados para que se
“dignaran” adornar las fachadas de sus comercios y luego asistir a la estación
Colonia a saludar al presidente. Igualmente, el presidente municipal de Tacuba,
Adolfo O. Corral, anunció un contingente de 2 mil hombres, campesinos y
obreros, para ir a dar la bienvenida; pero además, pidieron ser la vanguardia
de la manifestación “habiendo sido los primeros partidarios de la candidatura
del general Obregón”, creían tener ese derecho; finalmente, el dadivoso
presidente municipal se comprometió a llevar un arco monumental adornado de
flores y follaje a la estación de trenes donde llegaría el presidente.
Para
la seguridad los obregonistas Pedro Pérez Rea y Arturo P. Sánchez organizaron
un grupo de 300 personas de Tula, Hidalgo, “obregonistas de rancia cepa”, que
formaron 20 secciones con un encargado, dos ayudantes, un jefe de grupo y 30
personas mas para cuidar el orden. Robinson los dotó de distintivos –un gran
círculo blanco pegado en la solapa con el retrato de Obregón- que les permitía
“el libre tránsito a través de las masas de manifestantes”.
Finalmente
llegó el domingo 15 de julio de 1928. A las 12.30 Álvaro Obregón pisó la
capital de la República. Para recibirlo había comisiones especiales de las
Secretarías de Guerra, Comunicaciones, Educación, Gobernación, Relaciones y
Departamento de Comercio de la Secretaria de Industria, Departamento de
Salubridad Pública y otras dependencias. Estaba el secretario de
Comunicaciones: Eduardo Hay; el general Roberto Cruz, inspector general de
policía; José Covarrubias, director de Beneficencia Pública; el general Abundio
Gómez, encargado de la Sub-secretaría de Guerra; general Agustín H. Mora, Jefe
de la Guarnición de la Plaza. Los gobernadores de Nuevo León, Aarón Sáenz; de
México, Carlos Riva Palacio; de Morelos, Ambrosio Puente; de Hidalgo, coronel
Matías Rodríguez.
Hubo
tres oradores además de Obregón: Aarón Sáenz, presidente del Centro
Obregonista; el diputado Manrique; y el diputado José Luis Solórzano que causó
“histeria” y justificó la reforma a la Constitución al decir que ellos sólo
fueron “intérpretes del sentir y del querer de la inmensa mayoría de los
ciudadanos de la República”. Luego el presidente electo decidió que sí
asistiría al banquete “mónstruo” en su honor en el Parque Asturias.
En el campo se
colocaron 144 mesas ocupadas mayoritariamente por “hombres de campo de
semblanza tostada y manos callosas, que ofrecían un aspecto en extremo
pintoresco”. Obregón en la mesa de honor comió con sus más allegados, fue
necesario poner un cordón de protección de boy scouts. Se dice que hubo diputados, regidores, funcionarios y
hasta presidentes municipales que “en esta ocasión se dedicaron a servir
mesas”. Reseña el cronista de El Universal que hubo orden “a pesar de
la indisciplina racial de nuestros campesinos”. Desde luego había música que
llevaron las bandas de Xochimilco, Tláhuac y San Ángel que tocaron “piezas
selectas y música vernácula”.
Luego
el presidente electo se retiró a su hogar en la Ciudad de México. Estaba otra
vez en el corazón del país al que quería gobernar por seis años más. Sus
partidarios le habían organizado una recepción digna a su altura de Jefe Máximo de la Revolución. No se les
escapó un solo detalle. Salvo que nadie advirtió la presencia armada de José
León Toral. Esta vez corrieron con suerte. No sería lo mismo dos días después
en La Bombilla.
NOTA:
(1) Así está escrito en El
Universal de donde se recopiló la información del día 11 al 16 de julio de
1928
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