El novelesco complot para asesinar al presidente Calles



La señorita Dolores Lemus y el Sagaz Policía Infiltrado vivieron de forma muy distinta la tarde del 31 de julio de 1926. La primera era acusada de planear un complot para asesinar al presidente de la República Plutarco Elías Calles; el segundo, se había hecho pasar como representante de la mitra de Oaxaca para desbaratar la conjura que se planeaba en la colonia del Valle. Lemus, en la soledad de una prisión, se preguntaba cómo pudo ser tan tonta para confiar en ese indio que se presentó en el sitio de la conspiración para quitarle la vida al nuevo Nerón.
            Todo había sido tan rápido. Tres días antes, Dolores Lemus se enteró que un padre de la mitra oaxaqueña acudió al número 12 de la calle de La Morena ofreciéndose a ayudar para lo que se tramaba en la casa de la familia Torres. Se ganó su confianza, seguramente hasta su afecto; ahora él estaba ante los representantes de la prensa capitalina haciendo alarde de cómo se infiltró y evitó que esos “excitados católicos” asesinaran a Calles. Mientras que ella y ocho mujeres más estaban presas.
Dolores Lemus
Excélsior 1 de agosto de 1926
Hemeroteca Nacional
Universidad Nacional Autónoma de México
            Desde principios de semana, el lunes 27 de julio para ser precisos, la policía capitalina recibió la visita de un ciudadano que fue hacer una denuncia. Les informó que en la calle de La Morena, número 12 de la colonia Del Valle, había reuniones nocturnas con señores y señoritas, hablaban terribles peroratas y había un inusual movimiento de automóviles. Una vez resuelto el caso se supo que la denuncia la hizo un español de apellido Orellana, que vivía en la misma casa de la conspiración.
            En efecto, el señor Enrique Orellana moraba en el mencionado domicilio con su esposa y tres hijos. Compartía la casa de La Morena con la familia Torres, compuesta por el señor Jorge E. Torres, su esposa, Clemencia Boquedano de Torres y su hija Clementina Torres Boquedano, de sólo 16 años. En la casa también habitaban cuatro sirvientas; Andrés Araujo, hijo de un senador, solía visitar la casa por las noches y entrar por el jardín y, además, Dolores Lemus a veces se queda a dormir ahí y después salía muy temprano con las señoras a escuchar misa.
            El general José Álvarez, del Estado Mayor Presidencial, no dudó en ningún momento de la veracidad del complot, pues Orellana llevó su credencial de la Cámara de Comercio, una libreta donde estaban registrados sus estados de cuenta bancarios y un comprobante de domicilio. Con esto, Álvarez se dio cuenta que el denunciante era una persona seria y honorable. Así que se designó al Agente X para resolver el caso. Éste propuso un plan: el Gobernador de Oaxaca conoce a un indio muy eficiente que se puede hacer pasar como miembro del clero, ya infiltrado resolvería el caso y salvaría la vida del Presidente. El Estado Mayor aprobó el plan y sin esperar más el Sagaz Policía Infiltrado acudió ese mismo lunes a la casa de La Morena número 12.
            La señora Boquedano de Torres lo recibió. Él le dijo que era un sacerdote oaxaqueño, enviado del padre Martínez de la Sierra de Ixtlán. La dama lo dejó pasar a la sala de su casa. Ella le preguntó si venía por “el asunto”, él le contestó que sí y que quería ver a la señorita Dolores Lemus. La señora Clemencia le dijo que esa noche no estaba, pero lo citó a las 8 de la mañana del día siguiente, para que hablara con ella en persona. Muy puntual llegó el Sagaz Policía Infiltrado a la residencia de los Torres en la colonia Del Valle. Pero la empleada del Ayuntamiento no estaba; sin embargo, le dejó un recado para verse por la noche de ese mismo martes.
            A las 20 horas tuvieron su primer encuentro personal. Él, para ganarse la confianza de ella, le dijo que había 5 mil indios en Oaxaca dispuestos a pelear y dejar su vida si era preciso para combatir contra el gobierno del general Calles. Dolores Lemus sólo le preguntó si él estaba dispuesto a ayudar, al recibir una respuesta afirmativa lo citó para el miércoles. Se volvieron a ver como acordaron, esta vez Lola le entregó un papel con un número telefónico: el 649. Más tarde en la Inspección de Policía descubrieron que era el número de la fabrica de jabones La Mexicana, cuyo propietario era Jorge E. Torres, sí: el mismo dueño de la casona de La Morena 12.
            El jueves 30 de julio de 1926 el Sagaz Policía Infiltrado y Lola Lemus se volvieron a reunir; esta vez no pudo ser en la sala, pues había otras personas. Orellana había dicho en su denuncia que también acudían a esa casa miembros de la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa. Ella le preguntó donde vivía y él contestó que en un hotel de nombre Uruguay. El agente le pidió a Lemus que atacaran antes del 31 de julio, es decir, ese mismo día, pero Dolores le contestó que tenía que consultarlo con otra persona y también le confesó que estaba pensando “en dejar la cosa en paz”. Se volvieron a citar para el viernes entre las ocho y ocho y media.
            Ya no hubo tal reunión: Dolores Lemus descubrió que el Sagaz Policía Infiltrado que se había hecho pasar por sacerdote oaxaqueño no se hospedaba en el hotel Uruguay. Ya no le contestó el teléfono y entonces la policía ordenó la aprehensión de los conspiradores. Un grupo salió a la casona de la calle de la Morena número 12 y otro al Ayuntamiento del Distrito Federal. Así, mientras los templos religiosos eran cerrados por la suspensión de cultos decretada por la élite eclesiástica, la policía desbarataba un complot para matar a Plutarco Elías Calles.
            Un grupo de agentes llegó a la casa de la colonia Del Valle, al tocar la puerta salió la señorita Clementina, le preguntaron por su mamá, contestó que no estaba. Pero los agentes entraron al domicilio, escucharon un ruido y descubrieron que la señora Boquedano de Torres sí estaba. Fue aprehendida con su hija y sus cuatro sirvientas: Dolores Pérez, Paz Rodríguez, María Luisa Sáenz y Manuela Cortés. Cuando ya se retiraban escucharon ruidos en el jardín. Ahí atraparon al joven Andrés Araujo, que dijo ser hijo del senador Araujo, preguntó por qué de las detenciones: ¿acaso ya descubrieron lo del atentado? Les dije que era de mucho riesgo. La policía agradeció esta confesión gratuita del hijo del senador y además comprobó que en el jardín “alguien” practicaba con una pistola tiro al blanco.
La servidumbre que fue detenida en la casa de la familia Torres
Excélsior 1 de agosto de 1926
Hemeroteca Nacional
Universidad Nacional Autónoma de México
            Mientras tanto, en el Ayuntamiento del Distrito Federal el mayor Eduardo Hernández detenía a Dolores Lemus. Por ser quincena acababa de cobrar y le entregó a su jefe el sobre con su sueldo. Luego pidió tiempo para acomodar sus cosas, se le otorgó. Fue ahí cuando el mayor Hernández, con gran olfato policiaco, se dio cuenta que Lemus escribió un mensaje y lo dejó en su escritorio. El papel decía “comuníquense al teléfono 649, que me llevan”. El señor Torres no fue encontrado en la jabonera, al parecer alguien le informó de las aprehensiones y tuvo tiempo para huir, mientras que el señor Orellana se entregó voluntariamente, ya que en su automóvil transportaba a la señorita Lemus luego de las reuniones nocturnas que el mismo denunció.
Al igual que a Mussolini, también lo quisieron asesinar.
            Finalmente, el complot de Dolores Lemus y su grupo fue calificado por el general José Álvarez como ridículo, afirmó que así “no se prepara un complot” y, finalmente, declaró a Excélsior que “bien podrían pedirnos consejos y mucho habría que enseñarles”. Desde luego que el miembro del Estado Mayor sabía lo que decía. Por su parte Benito Guerra Leal, secretario de la Inspección de Policía, dijo a El Universal que el complot para asesinar al Presidente de la República no tenía importancia porque lo preparó “gente que se ha estado engañando sola”. Acerca de la señorita Lemus dijo el funcionario que se trataba de una persona “afectada de sus facultades mentales, exaltada por una locura mística”.

            El mismo día que la prensa mexicana hizo público el complot, 1 de agosto de 1926, en la sección de internacionales se publicaba que la mujer que intentó asesinar a Benito Mussolini padecía “manía religiosa”.

NOTA ACLARATORIA: Lo anterior no es ficción. Es un hecho real.

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