Hasta cuando pierdes una final hay héroes.



A los 14 años se crean héroes. Esos que te acompañarán toda la vida, de quienes nunca olvidarás sus hazañas. Aún más si las consiguen en el césped, jugando al futbol, vestidos con los colores que idolatras. Incluso, emergen, aunque los veas perder un campeonato, y el dolor no te impide reconocer que ellos, tus héroes, como siempre dejaron todo, lo intentaron todo, pero que esta vez no les alcanzó para que a los 14 años digas que eres campeón.
En 1981, el Atlante era un equipo de ensueño. Una mezcla perfecta de jugadores identificados con la mística del equipo y con estrellas del futbol mexicano de inicios de los maravillosos años ochenta. Era un orgullo ver a Alejandro Ramírez, el Bonavena, con el gafete de capitán: comandaba a los del campo y a los de las tribunas, con él nos sentíamos fuertes. Era mágico ver a José Luis González, el Calaca II, con esas escuálidas piernas mágicas donde se reconocía perfectamente el futbol de los Prietitos de los años veinte. Era espectacular ver cómo Ricardo Antonio La Volpe evitaba goles y cómo Evanivaldo Castro, Cabinho, no se cansaba de hacerlos. Además, Miguel Ángel Fuentes, el Pueblita, y Daniel Montes de Oca, el Gigio, dominaban las bandas, fueron los primeros laterales extremos que vi; los argentinos Alberto Mario Jorge y Rubén Ayala, el Ratón, que impregnaban finura al equipo surgido de los llanos; y, por supuesto, Eduardo Moses, que en cada desborde enloquecía al rival y a la tribuna ¡qué bueno era el tamaulipeco! Sí, los Potros de Hierro de la temporada 1981-1982 eran un trabuco.
            Pero no alcanzó. De nada sirvió terminar en primer lugar con 64 puntos, siete más que Zacatepec que fue segundo; tampoco las 16 victorias, el sólo tropezar seis veces en 38 juegos; ni los 48 goles a favor, de los cuales 32 marcó Cabinho. No, no alcanzó porque Tigres, en serie de penales, ganó el campeonato en el estadio Azteca y dejó en el campo al cuadro azulgrana derrotado y en las gradas a los atlantistas mudos. A los de 14 años con un nudo en la garganta y una interrogante que desde entonces nos acompañaría: ¿cómo no pudo ser campeón ese día el Atlante?
           
Treinta y dos años después aún no hay respuesta. El equipo dirigido por el mítico Horacio Casarín se metió al Estadio Universitario de Monterrey el 2 de junio de 1982. Eduardo Moses hizo el uno a cero a los cuatro minutos. El arco de La Volpe aguantó hasta el 54 en que fue vencido por Tomás Boy. El empate era un extraordinario resultado, pensaba mientras comía mi cena luego de llegar de la secundaria, pero increíblemente el árbitro Marco Antonio Dorantes dio cuatro minutos de compensación: en el último instante Goncálvez marcó la diferencia. Fue suficiente para superar al Atlante en el juego de ida, pero no la esperanza de los que teníamos 14 años y esperábamos al siguiente domingo la coronación. Confiábamos en nuestros héroes. Juntos levantaríamos la copa de campeones.

            La mañana del 6 de junio de 1982 el Estadio Azteca lucía hermoso y repleto. Había banderas azulgranas en el césped. El ambiente era único: el les guste o no les guste, retumbaba en cada rincón del inmueble de Santa Úrsula Coapa. Cuando el Bonavena Ramírez ingresó al campo encabezando al equipo, el aplauso y el grito de ¡potros!¡potros! era de una confianza total. Un gol empataría el partido y luego vendría el segundo, quizá un tercero. Cabinho por lo menos haría dos. La Volpe dejaría en cero su marco y nuestro Bonavena ofrecería al cielo el trofeo de monarca.
Foto cortesía de Pepe Ramírez "Juanito 70".

            En los primeros 45 minutos los héroes habían intentado todo. Pero no conseguían el objetivo. La tribuna había pasado de la confianza plena a la angustia total e insoportable. El marcador seguía 2-1 en favor del visitante. Fue a la mitad de la segunda parte cuando el Azteca explotó: Evanivaldo Castro se levantó en el área felina para rematar de cabeza un centro de Arturo Vázquez Ayala para vencer a Mateo Bravo; sí, era gol del Cabo, el gol del empate, el gol que regresaba la confianza. Pero el segundo gol no cayó jamás. No fue falta de recursos, sino ausencia de puntería, de contundencia. El grito de gol se ahogó en la garganta no una, ni dos, sino muchas veces antes de que nos diéramos cuenta que el campeonato se definiría en penales.
Foto cortesía de Pepe Ramírez "Juanito 70".
            Cabinho no había podido definir el juego ni en el tiempo regular ni en tiempo extra. Pero en penales, seguro que Ricardo Antonio La Volpe sí lo haría. Por supuesto, por eso en la cascarita callejera yo siempre elegía ser él. Cuando detuvo el primer envío del rival y arengó a sus compañeros y a la tribuna, no había duda: ese portero argentino nos llevaría al campeonato. Pero los jugadores del Atlante fallaron tres penales consecutivos, sólo él, Ricardo Antonio La Volpe, convertido en ejecutor pudo anotar. Sin embargo, al siguiente disparo, recibió el gol de Sergio Orduña y todo terminó: Atlante era sub-campeón. Poca cosa, estúpida cosa, cuando tienes 14 años y ves a tus ídolos anotar dos goles, detener un penal y aún así no ganas.
            No hay nada más triste en el mundo que salir por las rampas del Estadio Azteca en silencio luego de perder una final. Más cuando tienes 14 años. Cuando es tu primera vez en este tipo de partidos y lo pierdes. Tu playera azulgrana está transpirada, tu bandera no ondea porque fue enrollada para no abrirse jamás, tu mirada está triste, tu madre se dará cuenta inmediatamente y te consolará tan pronto llegues a casa, el lunes en la secundaria habrá que resistir todas las burlas, porque eres el único que le vas al Atlante y todo mundo lo sabe. Pero en eso no vas pensando, sí lo contemplas, pero no te inquieta.
            Tus pensamientos tampoco buscan culpables, para qué, no tiene sentido.  En tu mente de 14 años, mientras bajas las rampas del Estadio Azteca luego que tu equipo perdió una final, piensas sólo una cosa: incluso en la derrota los héroes emergen. Ricardo Antonio La Volpe, atajó un penal y anotó otro. Evanivaldo Castro, Cabinho, marcó el único gol del partido, de la final. Por eso entre todos los elegiste a ellos dos como tus héroes. Ellos no te fallaron. No olvidarás jamás la final del 6 de junio de 1982 porque ese día Cabinho marcó de cabeza y La Volpe atajó un penal anotó otro. Porque incluso ese día tan triste, tú viste a ambos ser las figuras de tu amado Atlante.


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