Bombas en la Basílica de Guadalupe


Era un domingo como cualquier otro. La Basílica de Guadalupe se encontraba llena de fieles cuando de pronto un estruendo y un intenso humo blanco causaron pánico. Eran exactamente las 10:30 de la mañana. La gente, al comprobar, que físicamente ellos estaban bien, experimentó un temor aun más fuerte. El humo blanco se dispersó y todos pudieron constatar que la imagen de la Virgen de Guadalupe estaba intacta. Un milagro, sin duda, coincidieron los ahí presentes aquel 14 de noviembre de 1921.
            Según algunas fuentes eclesiásticas desde “días antes” en el recinto guadalupano se habían visto “individuos sospechosos”. Al parecer los perpetradores del atentado dejaron dos artefactos explosivos debajo del altar de la Virgen de Guadalupe. En un hueco que se forma entre dos muros gruesos de mármol, donde había un gran crucifijo y fueron escondidas con candeleros grandes de flores. Para llegar ahí se necesita subir por una pequeña escalera escondida también de mármol. Durante la misa de 10 un miembro del coro vio a una persona subir por ahí.
La Basílica de Guadalupe donde fue el atentado.
            En efecto, el señor Martín Villaseñor durante las averiguaciones le dijo a la policía que observó a un joven “delgado, de traje color azul oscuro y de cabello castaño”. La descripción correspondía a la de Luciano Pérez. Este individuo, luego de las explosiones, que sólo causaron que los candeleros volaran por el recinto y que un crucifijo quedara doblado, fue detenido por la misma gente que estaba en la basílica. Ya que varios hombres se colocaron en las puertas para no dejar salir a nadie y las mujeres señalaron a ese individuo como el culpable.
            Luciano Pérez estuvo a punto de ser linchado, no por los fieles que estaban en el interior de la basílica, sino por los vendedores de los exteriores del templo religioso. Afortunadamente, Edmundo Aragón, Presidente Municipal del pueblo de la Villa de Guadalupe, pudo evitarlo. Además de ser señalado como el autor material del atentado contra la Virgen de Guadalupe, Pérez fue descrito por la prensa capitalina como “fanático del socialismo rojo”, ni más ni menos. El reportero de Excélsior en su crónica lo pintó así “mediana edad, estatura regular, fracciones vulgares. Marcado por la naturaleza con un pelo azafranado que llevara aquel famoso Cuasimodo creado por Víctor Hugo como el tipo que sintetizaba físicamente la fealdad humana”.
            El acusado declaró que se encontraba en la basílica, acompañado de su madre, para “arreglar unas misas que requiere para uno de sus parientes recientemente fallecidos”. Vestía completamente con ropa nueva y que además era “semejante a la que usan las personas de la clase media”, llevaba un sombrero y para el reportero de El Universal “más que un criminal, parece un idiota”. Las autoridades no le encontraron nada en sus bolsillos que lo inculpara a aquel joven de 24 años de oficio garrotero y que vivía en Vallejo. Luciano Pérez sostuvo que era católico y aseguró “no saber qué es el socialismo”.
Altar de la Basílica de Guadalupe donde fueron colocadas las bombas.
            La noticia del atentado a la imagen de la Virgen de Guadalupe en el pueblo de la Villa llegó rápidamente a la capital. Se dijo que la puerta de la basílica se había caído, había muertos, un incendio y la imagen de la Guadalupana había sido destruida. El Arzobispo de México José Mora y del Río al enterarse de esto se fue a rezar y a pedirle a Dios “que perdonara a los autores del atentado”.  Mientras que en el interior del templo religioso en el Tepeyac la gente comenzó a rezar y lloraba en silencio. De pronto, una voz, en medio de la multitud, comenzó a entonar el Himno Nacional y todos los ahí reunidos comenzaron a cantarlo.
            Por su parte, la policía continuaba con los arrestos. Además de Luciano Pérez, fueron detenidos dos personas más; una de ellas resultó ser el torero Margarito de la Rosa. Las crónicas periodísticas aseguran que se pensó que era cómplice pero no dicen el por qué de esta suposición. Sin embargo, fue soltado cuando un testigo confirmó que el matador de toros estaba ahí “para arreglar una misa y conseguir una corrida” con motivo del próximo 12 de diciembre. Es decir, usó el mismo argumento que Luciano Pérez, pero al matador sí le creyeron. Otro detenido fue Raymundo Álvarez quien fue capturado en la sacristía. Su cuartada fue la siguiente: él se encontraba en su casa enfermo cuando fue la explosión; una hermana llegó a avisarle y ambos se dirigieron a la basílica; ahí Ignacio Díaz de León, encargado del recinto, lo escondió en la sacristía. Álvarez fue puesto en libertad. Se trataba de un tipo alto, rubio y de ojos azules que iba envuelto en un abrigo café.
            Una vez pasado el susto por la explosión, con un detenido y dos sospechosos absueltos, Ignacio Díaz de León declaró eufórico “¡Ni mil bombas podrán destruir a la Imagen Santísima”. Además contó que luego de escuchar la primera explosión corrió al altar, pese a que la gente le advertía del peligro, pero él no escuchó los consejos subió al altar “para evitar que otra máquina infernal estallara”. Al disiparse el humo el clérigo exclamó “Oh, ¡Santo milagro de Dios!. La Imagen de la Madre Purísima, estaba intacta”. Las campanas de la basílica fueron echadas a vuelo para que la gente supiera que nada le había pasado a la Virgen de Guadalupe.
El Cristo del Atentado. 
            Al otro día las casas aledañas a la Villa de Guadalupe fueron adornadas con moños negros en señal de duelo por el atentado. Aproximadamente 10 mil personas acudieron a la basílica, ahí el sacerdote Rafael Salinas fue el encargado de dar la homilía. Durante el sermón hizo un repaso de los atentados que a lo largo de la historia había sufrido la Iglesia católica en México.

            Desde luego, hizo alusión al atentado al Palacio del Arzobispado de la Ciudad de México en febrero pasado contra José Mora y del Río. Era 1921 y las relaciones entre Estado e Iglesia comenzaban a ponerse cada vez más tensas. En 1923 la élite eclesiástica desafiaría al gobierno de Álvaro Obregón al celebrar una misa en el cerro del Cubilete en Guanajuato, donde fue declarado a Cristo como rey de México. El Estado contestó con la expulsión del cardenal Philippi, Delegado Apostólico del Vaticano en México. Luego los católicos intentarían varias veces asesinar  al Caudillo hasta que el 17 de julio de 1928 consiguieron su propósito con José de León Toral.

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