La muerte es una traición de Dios. (*)
Por: Víctor Miguel Villanueva
@Victormiguelvh
@Victormiguelvh
En 1983 un puñado de jóvenes de la secundaría pública número 39
tuvieron en sus manos un libro, quizá para muchos de ellos el primero de su
vida, se trataba de La Tregua de Mario
Benedetti.
¿Cómo podría el romance del viejo Martín Santomé con la escuálida Laura Avellaneda en la lluviosa ciudad de Montevideo, seducir para
siempre a esos adolescentes? Esa era la apuesta de su maestra de español: Lourdes Cárdenas Martínez.
Acertó con más del 50 por ciento de sus alumnos, los cuales a
partir de ese momento, de ese libro, de esa lectura, se hicieron lectores.
Incluso, para algunos de ellos, Mario
Benedetti había entrado a su vida, para no irse jamás. Pues entendieron que
en la calle codo a codo, eran mucho
más que dos.
El segundo libro que llegó a nuestras manos del escritor uruguayo
fue Poemas de Otros. Ahí encontramos lo que nunca escribió Martín Santomé en su diario: la
despedida de su amada. En la página 52 está La
Última Noción de Laura Avellaneda. El amor se nos reveló: ese poema nos
enseñó cómo se debía amar, cómo deberíamos amar en nuestra adolescencia. Íbamos
amar como Martín Santomé amó a Laura Avellaneda, y también Viceversa.
usted de todos modos
no sabe ni imagina
qué sola va a quedar
mi muerte
sin
su
vi
da
Hoy podríamos decir: usted
no sabe, no imagina, que sola va a quedar mi vida con su muerte.
Llegó la preparatoria y Benedetti
siguió mostrándonos el camino. Porque si nos hablaban de opresores y oprimidos,
nada mejor que Pedro y El Capitán para ilustrarnos. Pero al mismo tiempo
nos seguía enamorando. Pues él siempre propuso que sus hermanos pudieran hacer el amor y la revolución.
Quizá por eso, nos sentábamos en una banca de la preparatoria
número ocho para ver pasar muchachas, tal como lo hacía Martín Santomé en un café de su gris Montevideo. Y ahí planear la Táctica y la Estrategia. Dicho sea de
paso, ese poema tan maravillosamente simple y verídico no es de Benedetti, sino de Santomé.
Por esos años hacíamos todo lo que nos decía a través de sus
libros. Aprendimos hacer y a deshacer el amor, a nutrir nuestra nostalgia, a
tener una soledad tan concurrida:
que puedo organizarla
como una procesión
por colores
tamaños
y promesas
por época
por tacto
y por sabor
Hoy a la distancia, podríamos decirte, tenías razón: donde hubo fuego, caricias quedan.
Los Despistes y
Franquezas de nuestras vidas continuaron. Y un día surgió una certeza: Mario Benedetti estaría en la
Universidad Nacional, nuestra universidad, para presentar sus, nuestras, Soledades
de Babel.
Y sí ahí estaba: con su pelo negro defendiendo su espacio ante las
canas; con sus ojos pequeñitos rodeados de arrugas; su bigote blanco y
abundante; su sonrisa inmediata y solidaria; su traje gris, con zapatos lustrados
y sus calcetines a media altura; y sus manos, pequeñas: tus lindas manos mágicas, que te expresan a veces mejor que las
palabras.
Y tras leer algunos de sus nuevos poemas, siguió instruyéndonos en
la vida. Primero nos dejó una reflexión para entretener nuestra existencia:
A pesar de su tierna
omnisciencia
hay dos cosas que cristo
nunca llegó a saber
por qué su padre resolvió
abandonarlo
y por qué tuvo que nacer
precisamente
en el año cero de la era
cristiana
Después nos advirtió que aunque
la esperanza fuera olvido, la noche nada, la muerte el silencio, no
teníamos derecho a dejar de creer en la utopía:
Cómo voy a creer / dijo
el fulano
Que la utopía ya no
existe
Si vos / mengana dulce
Osada / eterna
Si vos / sos mi utopía
Hoy, pese a tu muerte, estamos seguro que tus novelas, tus cuentos
y tus poemas siguen siendo nuestras utopías.
Además de la literatura benedettiana,
a principios de los años ochenta, en la misma clase de Español, aprendimos a
amar algo y dejar todo, absolutamente todo, por eso que amábamos.
De ahí, que ya con obligaciones profesionales, dejamos todo por
acudir al Palacio de Bellas Artes para escuchar la poesía de nuestra
adolescencia en la voz de su autor. Decir que fue un reciento insuficiente, es
un lugar común, pero también una verdad, que no está de más consignar. Benedetti, como lo fue en su vida, no
tuvo un guión, ni mucho menos lo siguió. Los nombres de sus poemas rebotaban en
las paredes blancas del mármol porfiriano; él los cazaba y los recitaba.
Y es que Mario Benedetti
existe donde sea, pero existes mejor
donde te quiero, donde se te ama. Fueron un par de horas de entrega total,
entre el Dios y sus creyentes, en una comunión religiosa de amor y de
nostalgia. Que alcanzó su punto culminante con Corazón Coraza:
Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de
ojos abiertos
porque la noche pasa y
digo amor
porque has venido a
recoger tu imagen
y eres mejor que todas
tus imágenes
porque eres linda desde
el pie hasta el alma
porque eres buena desde
el alma a mi
porque te escondes dulce
en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
Fue la última vez que te vi con vida. Y de eso ya fue hace más de
diez años. Es lo que me queda de ti y aunque me enseñaste a no reservar del
mundo sólo un rincón tranquilo. Quiero reservar para siempre esa vez en que
recitaste y firmaste mi libro de La Tregua.
Hoy tu muerte nos ha sorprendido. Te sabíamos enfermo, muy
enfermo, pero como siempre confiábamos en ti. No pudiste más. Tu amado
Montevideo nos comunicó tu adiós definitivo. Nos informó de tu muerte.
Y ante este alud de nostalgia diría, al igual que Martín Santomé, que la cosa es Mucho más grave:
Todas las parcelas de mi
vida tienen algo tuyo
Y eso en verdad no es
nada extraordinario
Vos lo sabés tan
objetivamente como yo
Sólo pido lo mismo que ya pidió Gabriel García Márquez: cuando me entierren quiero que lo hagan con
un libro de Mario Benedetti (La
Tregua, en su edición de 1983).
(*) Título tomado del libro Despistes y Franquezas. El texto
fue escrito y publicado en un blog personal el 18 de mayo de 2009. Un día
después de su fallecimiento.
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