Anecdotario particular de la Copa América de Paraguay 1999


 Tres cosas me emocionaban más que cualquier otra cuando viajaba rumbo a Paraguay a mi segunda Copa América. La primera, observar y sentir el Estadio Defensores del Chaco apoyando a la Albirroja; debía ser una experiencia única, sin duda. La segunda, observar el clásico entre Argentina y Uruguay en la cancha de Luque, aunque fuera un duelo disparejo: pues los orientales eran un equipo juvenil y la Albiceleste un Boca Juniors reforzado, un equipo potentísimo y candidato al título. Finalmente, ver a la mejor versión de Brasil que se podía conformar en ese entonces: Dida, Cafú, Roberto Carlos, César Sampaio, Emerson, Vampeta, Alex, Rivaldo, Ronaldo y Ronaldinho. Era muy afortunado, pues todo esto era cuestión de tiempo para que se hiciera realidad; sin embargo, siempre el destino tiene preparadas muchas cosas más.
            El 29 de junio de 1999 abría la Copa América. Perú enfrentaba a Japón y de estelar Paraguay se medía ante Bolivia. En verdad, era intimidante el Estadio de Asunción. No por su construcción, rústica y vieja; ni siquiera por la cercanía de sus tribunas al campo de juego, que de hecho no la hay; tampoco por su capacidad: apenas un poco más de 40 mil aficionados. No, no era nada de eso, sino su público: 40 mil personas de albirrojo, haciendo círculos con sus cuerpo cantando “la Albirró, la albirró, la Albirroja, la Albirró…”, para luego saltar en sus asientos con el cantito “Ooh, Ooh y el que no salta, es curepí… ooh, ooh…” De nada sirvió, Bolivia salió con un empate a cero goles aquella noche de cielo despejado y frío persistente.
El Defensores del Chaco en la Gran Final.
            De hecho, Paraguay tuvo un pésimo torneo. Superó la primera fase, pero en cuartos de final fue eliminado por el juvenil cuadro de Uruguay en tanda de penales. Sí, por ese equipo uruguayo que fue a Paraguay a foguear a sus jóvenes valores, que incluso, el director técnico, Daniel Alberto Pasarella, había delegado su responsabilidad en el veterano entrenador Víctor Púa. Los uruguayos tenían a tres promesas: en el arco Fabián Carini, en mediocampo a Federico Magallanes y en el ataque a Marcelo Zalayeta; pero es de todos conocido que a Uruguay con eso le basta.
            El clásico de Río de la Plata se llevó a cabo el 7 de julio de 1999 en el Estadio Feliciano Cáceres de la pequeña y pintoresca Ciudad de Luque. Desde que arribó en autobús la selección de Argentina, el público comenzó a saludar a sus ídolos: Juan Román Riquelme, Guillermo Barros Schelotto y Martín Palermo, no importaba que Colombia estuviera derrotando a Ecuador, sólo se escuchaba el “Riquelme, Riquelme”, el “Guillermo, Guillermo” y el “Palermo, Palermo”. De hecho, Argentina ganó 2-0 con una anotación del Loco Palermo y otra más de Cristián Killy González. Ambos equipos calificaron, junto con Colombia, a la siguiente ronda.
El día que se inauguró la Copa América de 1999.
            Mientras tanto, en Ciudad del Este, Brasil había hecho añicos 7-0 a Venezuela y vencido con la mínima a México y a Chile. En los cuartos de final se enfrentó a Argentina, perdía 1-0 con gol de  Juan Pablo Sorín, pero las anotaciones de Rivaldo y Ronaldo confeccionaron la cuarta victoria en fila. En semifinales, repitió su victoria sobre México, ahora por 2-0; se confirmó que el equipo de Wanderley Luxemburgo disputaría el titulo continental el 18 de julio en el Defensores del Chaco.
            Pero como había dicho al inicio: El destino hace lo suyo. El primer entrenamiento al que ocudí en Asunción fue al de Argentina. Ahí fui sorprendido por el técnico argentino Marcelo Bielsa que contestó mi saludo de mano y me preguntó por el futbol mexicano. Quise aprovechar para pedirle una “nota”, pero mirándome fijamente a los ojos me contestó: “eso, no se puede”. Pero jamás olvidé el gesto del Loco Bielsa.
            En las noches, Carlos Moreno, Miguel Arizpe y yo acudíamos casi siempre al mismo restaurante a cenar. En una ocasión coincidimos con Daniel Alberto Pasarrella. Le enviamos un botella de vino a su mesa de parte de “la prensa mexicana”. El capitán campeón del mundo en 1978 correspondió al gesto de la misma forma unas noches después. Lo mejor fue que, previo a la final del certamen, acudió al entrenamiento de Uruguay y ahí me concedió una entrevista exclusiva para Súper Deportiva 1180.

            Pasarella no sería el único exselección de Argentina con el que me encontraría en Paraguay 1999. La noche en que el equipo local goleó a Japón en el Defensores del Chaco, en el elevador del estadio, me topé con Carlos Salvador Bilardo. El Narigón, fiel a su costumbre, estaba hecho un mar de nervios; me veía de reojo, a penas y contestó el “buenas noches, señor”, de mi parte. Se veía tan apunto de un colapso o ataque de nervios que lo mejor que pasó fue que se abriera el elevador y él saliera trompicándose. Igualmente, una mañana en Asunción, la gente de prensa del Comité Organizador nos llevó de la Sala de Prensa a la cancha del Club 12 de Octubre. Ahí, Master Card organizaba un certamen de penales con, ni más ni menos, Sergio Goycoechea. Por supuesto que no participé, se me hacía una falta de respeto total tirarle un penal al hombre que, precisamente atajando penales, llevó a Argentina a la final de Italia 90.
            Para acabar con las anécdotas “argentinas” en Paraguay 1999, diré que sí, el 4 de julio estaba en la cancha de Luque y vi a Martín Palermo fallar tres penales ante el portero colombiano Miguel Calero. El equipo cafetero ganó 3-0 con goles de Iván Ramiro Córdoba, Edwin Congo y Johnnier Montaño, y lo hizo ante un equipo argentino conformado por German Burgos; Nelson Vivas, Roberto Ayala, Walter Samuel y Juan Pablo Sorin; Javier Zanetti, Diego Simeone, Cristian González y Juan Román Riquelme; Guillermo Barros Schelotto y Martín Palermo, dirigidos por Marcelo Bielsa; ni más ni menos. El Loco Palermo quedó marcado para siempre por aquella fatídica y extremadamente fría noche en Luque.
            Como mi sede permanente era la ciudad de Asunción, tras terminar la primera fase decidí acudir a la sede de la Conmebol; el edificio se encontraba ahí en la capital paraguaya. La atención fue inmejorable, pudimos hacer nuestro trabajo con todas las facilidades. Pero incluso, pudimos hacer más: fuimos conducidos a la sala de reuniones y a la de trofeos. En esta última, no dejé pasar la oportunidad de retratarme sosteniendo una réplica de la Copa Libertadores de América y con la Copa América.

            Pero lo más fantástico que me ocurrió en Paraguay 1999 fue el 16 de julio, fecha por demás emblemática en la historia del futbol mundial. Uruguay disputaría dos días después con Brasil el título continental. La selección uruguaya estaba concentrada en Tupa Rekavo, hasta ahí la Asociación de Futbol Uruguayo había hecho llegar al portero Roque Máspoli. Sí, el arquero del Maracanazo y lo hacía posar con Fabián Carini para regocijo de los fotógrafos y los periodistas. Pude acercarme a uno de los héroes de la epopeya más grande en la historia del futbol  y entrevistarlo en exclusiva. Alto, fuerte, con el pelo completamente cano, regordete y con una memoria fiel me describió lo que había pasado exactamente 49 años antes en el inmenso estadio circular de Río de Janeiro, donde él, junto a Ghiggia, Varela, Schiafino y otros más, levantó la Jules Rimet. En efecto, el destino siempre da más.

            Finalmente, Brasil alzó la Copa América al imponerse 3-0 con dos anotaciones de Rivaldo y una más de Ronaldo en el Defensores del Chaco. Los campeones no acudieron a la sala de prensa, pero en otro acto fortuito, algunos periodistas nos pudimos colar al vestidor y ahí estaban Roberto Carlos, Cafú, Dida, Ronaldinho, Rivaldo y Ronaldo. Héroes de carne y hueso, inmortales no por la copa que levantaban, sino por la magia y ADN brasileño que corría por sus piernas. Se fueron sin hablar mucho, ya lo habían hecho en la cancha, y esto era un extraordinario colofón para una Copa América que nutre como ninguna otra mis recuerdos y mi nostalgia.

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