Chile, la dictadura y el futbol.
El árbitro Rafael Horanzábal silbó. Los
jugadores de la selección chilena pusieron a rodar el balón; a un ritmo lento
avanzaron en el campo contrario, dieron hasta tres o cuatro pases sin problema
alguno. Francisco “Chamaco” Valdés entró literalmente solo al área y, otra vez,
literalmente, sin portero, anotó. Chile se clasificaba a la Copa del Mundo de
1974.
Se calificó al Mundial de Alemania sin
jugar. Montando un circo en el Estadio Nacional de Santiago, luego que la
selección de la Unión Soviética se negara a participar en un país donde 15 días
antes una Junta Militar, apoyada y organizada por Estados Unidos, había
derrocado al gobierno legítimo, pero socialista, del presidente Salvador
Allende.
La Federación Internacional de Futbol Asociación
(FIFA) otorgó la sede de la X Copa del Mundo 1974 a la República Federal de
Alemania . Se estipuló que el ganador del Grupo 3 de la Confederación
Sudamericana de Futbol (CONMEBOL) disputara el boleto al Mundial contra el
vencedor del grupo 9 de la Unión Europea de Futbol Asociación (UEFA).
En ese entonces el mundo vivía la llamada Guerra Fría entre las dos grandes
potencias mundiales vencedoras en la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos y
la Unión de la Repúblicas Soviéticas Socialistas, que se disputaban la
supremacía mundial. En 1959, el triunfo de la Revolución Cubana que se declaró
abiertamente socialista había conseguido el repudio en Washington y la
aceptación de Moscú.
El presidente estadounidense John F.
Kennedy lanzó el programa Alianza para el
Progreso al sur de sus fronteras que evidenciaba, como señala Tulio
Halperin Donghi, “su disposición a gravitar más decisivamente en América
Latina”. Es decir, promover y orientar una transformación de las estructuras sociopolíticas
latinoamericanas “que las hiciese invulnerables a la tentación revolucionaria”,
claro está, de carácter socialista o comunista.
La receta funcionó en casi todo el
continente, salvo en Chile, donde en las elecciones de 1970 el candidato de la
unión de las fuerzas de izquierda, socialista, comunista y de otras
progresistas logró la victoria. Salvador Allende llegó a la silla presidencial
de la Casa de la Moneda en Santiago. Lo cual fue aplaudido del otro lado del
mundo, en la URSS.
Mientras el gobierno de Allende se
desarrollaba en el país sudamericano, la eliminatoria de la Copa del Mundo
seguía su rumbo. En Europa, la selección de la URSS iniciaba perdiendo en
París, pero luego se imponía en Dublín y vencía en el Estadio Lenin a Irlanda y
a Francia para ganar el grupo 9. En Sudamérica, el grupo 3 formado por Chile,
Perú y Venezuela se reducía a dos: la Vino
Tinto se retiraba de la competencia. Sólo andinos e incas seguían en el
camino a Alemania.
Perú venció a Chile en Lima con marcador
de 2-0 –el 7 de abril de 1973– con anotaciones de Humberto “Cholo” Sotil. La
vuelta fue en julio del mismo año, en Santiago, Chile ganó por idéntico 2-0.
Había que jugar un desempate en campo neutral. Se eligió Montevideo, ahí Perú
hizo el 1-0; Francisco Valdés empató y el partido tuvo que ir a tiempo extra.
Un gol de Rogelio Flores dio la victoria a la Roja. De tal forma que Chile y la URSS disputarían, a dos juegos,
primero en Moscú y luego en Santiago, el pase al Mundial de 1974.
Al iniciar el segundo semestre de 1973 el
gobierno socialista de Salvador Allende estaba lejos de estar consolidado. Las
reformas estructurales que había impulsado y que contenían varias
nacionalizaciones –incluyendo la del cobre, –la industria más importante de
Chile– que generaron gran descontento entre los afectados extranjeros; más
varias huelgas impulsadas por la oligarquía de derecha que aún estaba en el
país; la fuga de capitales, pero sobre todo la “hostilidad impecable del gobierno
de Estados Unidos” que realizó un bloque comercial y financiero a Chile, tenían
en predicamento a Salvador Allende. De poco había servido una nueva
redistribución de ingresos que favoreció a las clases menos favorecidas, pues éstas
se habían salido de control y amenazaban con provocar una revolución social,
que por supuesto no estaba en los planes del régimen socialista chileno, que en
esos años aún era precario.
La FIFA, junto con el Comité Organizador de
Alemania 1974, designó el día 26 de septiembre de 1973 como fecha para el
primer juego entre la Unión Soviética y Chile en la capital de la primera; la
vuelta, el 21 de noviembre en Santiago. Los equipos comenzaron a prepararse
para ambos compromisos. Los andinos hubieran preferido a los franceses, pues
reconocían el poder de la selección soviética.
En Santiago, desde inicios de septiembre, la
selección entrenaba bajo el mando del técnico Luis Álamos. Sin embargo, la
mañana del día 11, un Golpe de Estado perpetrado en la Casa de la Moneda
terminó con el gobierno de Salvador Allende quien se quitó la vida, ahí mismo.
El general Augusto Pinochet quedó al frente de la Junta Militar y ahí
permanecería por 18 años ejerciendo una dictadura que el historiador inglés
Eric Hobsmawn reseñó así: ejecuciones y matanzas, grupos represivos oficiales y
paraoficiales, tortura sistemática de prisioneros y exilio en masa de
opositores políticos.
La Unión Soviética rompió relaciones con
Chile el 22 de septiembre. Los militares prohibieron que los ciudadanos
abandonaran el país, incluida, por supuesto, la selección de futbol. El doctor
del equipo, Jacobo Helo, quien también atendía a los golpistas convenció al
Jefe de la Fuerza Armada que la selección debía jugar para “limpiar” la imagen
de Chile en el exterior. Aceptaron y aprobaron el viaje.
El camino a Moscú era largo: De Santiago a
Sao Paulo, de ahí a Panamá, luego a México donde jugaron y vencieron en un
amistoso a la selección local en el Estadio Azteca, partieron a Suiza y por fin
llegaron a la capital soviética. Los jugadores fueron amenazados para no hablar
sobre la situación que se vivía en Chile, incluso Carlos Caszely y Leonardo
Velíz, declarados socialistas, estaban preocupados por lo que podría pasarle a
sus familiares en su ausencia. Aún más se tensó la situación cuando en la
víspera del juego Estados Unidos reconoció como “legítimo” el Golpe de Estado
de Augusto Pinochet.
Entre silbidos y una temperatura de 5
grados bajo cero la selección de Chile fue recibida en el Estadio Lenin con 60
mil espectadores. Las crónicas del juego hacen alusión a la extraordinaria
labor defensiva de Elías Figueroa –ícono del futbol chileno de todos los
tiempos– y de Alberto Quintano –símbolo del Cruz Azul de México– para salir de
Moscú con el empate a cero goles que les daba muchas posibilidades de ganar la
eliminatoria en Santiago.
La Federación Soviética de Futbol argumentó
que era imposible jugar en Chile, un país donde una dictadura militar no
respetaba los derechos humanos. Propuso jugar en otra nación, Chile dijo no. Lo
cierto es que en el propio Estadio Nacional los militares habían improvisado un
campo de concentración. Quienes estuvieron ahí cuentan que, en las gradas, tenían
a unos 15 mil aproximadamente, y que el sonido del inmueble vociferaba nombres
de los detenidos que después de ser amenazados eran puestos en libertad.
Sin embargo, una comisión de la FIFA que
viajó a Santiago con el propósito de saber si había condiciones para el juego
aprobó el mismo. Los militares escondieron a los prisioneros y el campo estaba
en perfectas condiciones, por lo que los enviados reportaron a Zúrich que “todo
estaba en total paz”. Se autorizó el juego. En Moscú la reacción no tardó. Con
un boletín anunciaban que “La Unión Soviética hace una resuelta protesta y
declara que en las actuales condiciones, cuando la FIFA, obrando contra los
dictados del sentido común, permiten que las reaccionarias chilenas le lleven
de la mano, tiene que negarse a participar en el partido de eliminación en
suelo chileno”. La estrella del equipo, el ucraniano Oleg Blokhin, afirmó que
por seguridad fueron los jugadores los que decidieron no acudir y la federación
los respaldó. Lo cual es poco probable.
Lo cierto es que desde el 8 de noviembre
había cables noticiosos de que el 18 de ese mes Checoslovaquia y Rumania anunciarían
un boicot al Mundial en solidaridad con la Unión Soviética. El día 13, la FIFA
hizo oficial que la URSS no viajaría a Chile y quedaba oficialmente fuera de la
Copa del Mundo: “En estas circunstancias la Federación de Futbol de la Unión
Soviética se ha excluido ella misma de la fase de clasificación del Campeonato
Mundial de Futbol”. Polonia, Bulgaria y la República Democrática de Alemania
también amagaron con no asistir al Mundial.
Esto último no sucedió. Al final ni
Checoslovaquia ni Rumania lograron clasificar y Polonia, Bulgaria y Alemania
Oriental sí acudieron al mundial teutón. Sin embargo, en Chile, pese a que el
día 13 se suspendió el juego, la Junta Militar montó toda una farsa el 26 de
noviembre, fecha originalmente pactada para el partido.
La selección siguió concentrada y entrenó.
18 mil personas acudieron al Estadio Nacional. Una banda militar entonó el
himno nacional chileno y el equipo saltó a la cancha, irónicamente de rojo;
había un arbitro local, delegados de FIFA y fotógrafos que fueron testigos del
silbatazo para un juego inexistente, del ataque de la selección andina a un
rival inexistente y del gol inexistente de “Chamaco” Valdés, pues
reglamentariamente el resultado era 2-0 por incompetencia del rival.
Así, la URSS no jugó en las canchas del
país al que derrotó militarmente en la Segunda Guerra Mundial; el derrocamiento
del gobierno socialista de Salvador Allende orquestado desde Washington fue
otra derrota para ellos en la Guerra Fría.
Cuatro años después no calificaría al Mundial de Argentina 1978 donde había
otra dictadura militar, reaparecería en Copa del Mundo de 1982 en España.
Mientras que a Chile le tocó inaugurar el
14 de junio, en Berlín, la X Copa del Mundo perdiendo ante los anfitriones 1-0;
luego empató a un gol con Alemania Democrática, un segundo empate ante
Australia les dejó eliminados en la primera ronda.
Al respecto Luis Felipe Silva Schurmann reproduce las palabras del periodista chileno Hugo Gasc quien tras viajar a Moscú donde Chile obtuvo un heroico empate, dijo sobre la actuación el colegiado de origen colombiano: "por suerte el árbitro era un anticomunista rabioso. Junto al presidente de la delegación, lo habíamos convencido de que no nos podía dejar perder en Moscú. Y la verdad es que su arbitraje nos ayudó mucho". Sin embargo lo que deja helada la sangre es el reporte de los delegados que FIFA envió para certificar que el partido de vuelta en el estadio Nacional de Chile, usado como centro de detención, tortura y ejecución, podía jugarse: "El informe que elevaremos a nuestras autoridades será el reflejo de lo que vimos: tranquilidad total". Como 5 años antes en México, se lavaron los rastros de la sangre civil derramada para que una justa deportiva pudiera llevarse a cabo...
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