El Azteca de mis sueños



Porque un día me llevó mi viejo
De esa mano que hoy tanto se extraña…
Ignacio Copani.

Víctor Miguel Villanueva
@victormiguelvh

A ciencia cierta no sé cuando fue la primera vez. Pero el primer recuerdo data de 1975. Un viernes por la noche. Un día de clásico...
Mi papá llegó a casa y como siempre lo fui a recibir. Su respuesta era una invitación que me emocionó al máximo: ir al Estadio Azteca, jugaba el Necaxa contra el Atlante; eso sí, me advirtió, que era un juego de Segunda División. No me importó.
Tras unos minutos en el Periférico sobre el Buick, a lo lejos apareció ese silueta mágica. Ahí estaba, sus luces lo delataban en lo oscuro de la noche. Fue un enamoramiento a primera vista. Pues desde entonces, apenas cruzo el Boulevard de la Luz, mis ojos buscan al Azteca.
El partido lo ganó el Atlante por cuatro goles a cero. Durante la salida por las rampas, al caminar por la explanada inmensa en busca del Buick, tomado de la mano de mi papá, volteé a mirar al Azteca casi cada diez metros; no quería irme, no quería dejarlo. Y no lo he dejado desde entonces...
Pasaron los años e ir al Azteca era una actividad cotidiana.
Antes era tan emocionante correr a toda velocidad por las rampas, asomarse por una de sus puertas y sentir el embrujo de este inmenso Estadio; que hoy, para no perder la costumbre, lo primero que hago es un recorrido visual por sus tribunas, su techo, su cancha: es igual de emocionante. Siempre fue así, siempre ha sido así...
Como también era lo más normal acudir, al finalizar el partido, al túnel 7. Ahí donde salen los jugadores para abordar sus autos y los puedes esperar. Fue cuando conocí a Miguel Marín, a Prudencio Pajarito Cortés, a Crescencio Sánchez –goleador del Atlante en esa época–; sin duda, el más impactante: Rafael Puente. Era el gran ídolo de mi hermano Luis, por ende, el mío; y, desde luego, el amor platónico de mis hermanas.
Cómo no enamorarse de el.
Todo esto en el enigmático Túnel 7, con puerta gris, con su leyenda: “Acceso a cancha”. Y yo, por más que me estiraba, no la veía, ni me imaginaba la forma en que se llegaba, pero sólo era cuestión de tiempo para hacerlo...
Desde entonces y hasta la fecha sólo una vez vi un partido de futbol en un palco. Pero esa ocasión era inmejorable: la despedida de Enrique Borja, en un partido América contra Pumas, al mediodía. ¿Cómo olvidar el momento en que el sonido local, con esa voz inconfundible, anunció la despedida de Borja? Imposible, mis ojos se llenaron del público que de pie despedida a ese grande, a ese, que aunque jugaba en el América, era mi ídolo y que con gusto, portaba su apellido como mi mote de jugador llanero...
A principios de los años ochenta, el Atlante se volvió un equipo inolvidable, del cual no creo haber perdido un solo partido como local. Eran los llenos cuando se enfrentaba a América y a Guadalajara; los viernes por la noche; el sonido anunciando los goles de Cabinho; la banda derecha del Pueblita Fuentes y Lalo Moses; la melena del Ratón Ayala; la velocidad de Lato; y, sobre todo, los inicios de los partidos, en que corría a la portería azulgrana con el único motivo de gritarle a Ricardo Antonio La Volpe, para que me saludara; era un ritual...
También en esos años comencé a envidiar a todo aquel que pisará la cancha del Estadio Azteca. Entonces encontré dos caminos para conseguir ser yo quien estuviera ahí: ser jugador profesional o periodista.
Ambas posibilidades se volvieron una obsesión. La cancha era lo único que me faltaba por conocer de ese inmueble poseedor de mis sueños y mis fantasías. No era suficiente soñar, antes de dormir, que era jugador del Atlante y que hacía goles a racimos, tenía que hacer algo más real para pisar el Azteca.
Futbolista no pude ser. Después del Mundial de 1986, luego de ver lo que hizo Maradona en ese césped, no dudé más: tenía que ser periodista deportivo y, algún día, transmitiría un partido de futbol desde ese “pasto sagrado”...
El recinto sagrado de calzada de Tlalpan. 
Mientras me hacía periodista en la Universidad Nacional, seguí acudiendo al Estadio Azteca; el deseo de pisar la cancha seguía más vivo que nunca y, ahora, más latente. Hasta que descubrí que sólo Televisa transmitía en el Azteca. Con dolor me resigné: jamás transmitiría un partido desde ese “pasto sagrado”. Me conformaría con ser un reportero que entra a las entrevistas finales, pero lo disfrutaría igual. No renuncié a ese sueño y los demás poco a poco se fueron cumpliendo...
Un domingo de 1990, al mediodía, con un gafete que me identificaba como reportero del periódico Informativo Nacional crucé el famoso Túnel 7. Confieso que me tuvieron que guiar hasta el palco de prensa.  El visitante era el Atlas y el local: Necaxa, como aquella inolvidable noche de 1975... Sin embargo, no fue este día cuando pisé la cancha del Azteca, la cancha de mis sueños.
Resulta que diez minutos antes del final, vi a los demás reporteros salirse del palco, yo decidí esperar el final. De pronto descubrí a los reporteros en la cancha, me puse de pie quise alcanzarlos, imposible: el medio por el cual estaba acreditado, era tan pequeño que mi acreditación no me daba derecho de acceder a la cancha.
Cuatro años después, un viernes por la noche, jornada dos de la la temporada 1994-1995, se iba a cumplir el sueño de pisar el “pasto sagrado”: era ya reportero de Acir Deportes, mi acreditación me permitía hacer entrevistas a nivel de cancha al final del partido, incluso, entrar a vestidores. El visitante era Toluca, el local: Necaxa, como aquella noche de 1975.
En 2015 con la Voz del Estadio Azteca:
Melquiades Sánchez Orozco.
La experiencia fue como la soñé. Había que bajar una escalera, luego un pasillo ancho, con goteras, donde seguro salían los camiones con los jugadores; la imagen de Virgen de Guadalupe; los vestidores ¡y la escalerita por donde salen los futbolistas a jugar! ¡Sí, la de atrás de la portería norte!
Subirla fue espectacular y al mismo tiempo ver como crecen las gradas, las luces, el campo...al experimentar esto, comprendí porque los jugadores entran a la cancha corriendo, tratan de disimular el impacto de estar ahí: en el pasto sagrado del Azteca...
Después vinieron muchas veces, todas diferentes, únicas, siempre el ritual: descubrir en el Periférico su silueta, entrar por el Túnel 7, entrar al palco de prensa y asomarse a reconocer “mi” Estadio, bajar a las entrevistas y experimentar siempre lo mismo.
Esa misma temporada 94-95 tuve la oportunidad de cubrir mi primera final. Era un domingo por la tarde, el local era Cruz Azul y el visitante Necaxa, como aquella noche de 1975. Ese día, al ser final, se podía entrar a entrevistar a los campeones donde estuvieran al silbatazo final. De pronto me di cuenta que estaba corriendo en el Azteca, en su pasto, me paré en seco. En eso sonó el teléfono. Había que hacer el primer enlace a A todo Futbol.
Mientras esperaba para dar mi reporte, me acordé de mi padre, que por televisión había visto la final, esperaba, como me lo había dicho, que su hijo, por la radio le confirmará que su Necaxa, casi 50 años después, era otra vez campeón del Futbol Mexicano. Y se lo dije, recordando aquella noche de 1975...
Conforme pasaron los años, asistiendo con la misma o mayor regularidad que mi infancia y adolescencia al Azteca, me di cuenta que el deseo de transmitir un partido de futbol ahí, en el escenario de mis sueños, no lo había perdido.
Esto se hizo más presente, cuando en un partido de Copa México –cuando aún se jugaba–, Guadalajara decidió jugar su partido de local en el Azteca. Grupo Acir tenía los derechos de transmisión de las Chivas, se decidió que se transmitía y yo sería reportero de cancha.
Lástima. La transmisión se hizo, pero no permitieron las autoridades del Azteca, o sea, de Televisa, que hubiera alguien en cancha. No había llegado mi momento, pero ese día, creo que con lagrimas en los ojos, me prometí que si un día era reportero de cancha en una transmisión, lo haría hincado, por respeto a ese “pasto sagrado” y a ese escenario.
Sueño cumplido: reportero y en la cancha
del estadio Azteca.
Ese día llegó, el 5 de septiembre de 2001. En un partido clasificatorio para la Copa del Mundo de 2002: la Selección Nacional de México ante Trinidad y Tobago. Ahora trabajaba en la Red Deportiva. Era un partido de Copa del Mundo, por la noche. Era alcanzar uno de los anhelos más grandes de mi vida.
Desde que supe que estaría ensayé la frase que diría al inicio: buenas noches, es un privilegio saludarlos desde el “pasto sagrado” del Estadio Azteca. Cuatro horas antes del silbatazo inicial ya estaba ahí.
Hice todo un ejercicio de memoria para recordar todo, todo lo que he escrito y mucho más. Agradecía a Dios y a mis padres la oportunidad de estar ahí, con unos audífonos y un micrófono para hacer mi trabajo, mi pasión...
Media hora antes del inicio llamé a mi casa, hablé con mi hijo y le dije que lo amaba y que mi trabajo esa noche en el “pasto sagrado” del Azteca, era dedicado a él.
Me persigné y quedé listo para mi primera vez en el Azteca.
Al comenzar el partido la gente de la tribuna comenzó a arrojar objetos y líquidos, pues no podían ver. Con mucho coraje me hinque, puesto que sentado no podría observar bien el campo. Por unos minutos intercambié insultos con los de la tribuna.
Hasta que a mi mente llegó esa promesa que había hecho años atrás: cuando transmita un partido de futbol en el Azteca lo haré hincado, por respeto a su “pasto sagrado”.

Y así lo hice, los noventa minutos: hincado en el “pasto sagrado” del Estadio Azteca, en el Azteca de mis sueños...

Septiembre-Octubre de 2001.

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